Amores pusilánimes (2016)
Editorial Autores Premiados
Novela romántica y erótica
Alejandra es una joven de 24 años, católica, casada con un hombre maduro, discreta tanto en lo público como en la cama. Horacio
tiene cuarenta y nueve años y una vida repleta de pequeños vicios, el
mayor de ellos hacer feliz a su mujer, Alejandra. Y hacerla feliz, ahora
mismo, supone descubrirle los placeres de la vida. No permitirle pasar
por ella sin disfrutar del amor carnal, de la lluvia pertinaz que
disuelva su rutina y torne indecorosos pero accesibles sus deseos más
cohibidos. Horacio urdirá un plan junto a Elvira, la vecina del
tercero, para “educar” a Alejandra en el disfrute de los placeres
corporales sin que este llegue a comprender el alcance y consecuencias
que tendrá en lo sentimental y en la relación de pareja que los une.
Ganadora del II Premio de Novela Romántica y Erótica "Villa de Gerena"
Cubierta: Pablo Alfaro
(Extracto primer capítulo de la obra)
El aspecto más bello de la vida es que no tiene sentido. Amarse uno mismo es el amor más difícil, quizá el más difícil de los amores.
Mi amor hacia Alejandra se sustentaba en los pequeños detalles. De vez en cuando Alejandra se movía en su sitio, levantaba la mano, se recogía el cabello en la nuca, y la dejaba caer de nuevo. La belleza de sus manos caía perdida entre mis sueños raros. El amor caduco de su pecho. El invierno de sus caricias se había instalado en la playa de mis deseos. Su piel era blanca. Todo era blanco. Como las sábanas, como la nieve, como el cielo nublado. En mi reloj ya eran las doce y media. Y mi mujer se desnudaba en mi memoria.
Existen personas que desconocen poseer un tesoro. Unas evidencian una mente privilegiada, otras unos ojos indulgentes que parecen lagos profundos, algunas un hoyuelo fascinante en las mejillas, cuando ríen, otras unas manos delicadas y tiernas. Otras, como mi mujer, tienen unas nalgas increíbles y sensuales, luminosas y protuberantes que son una maravilla.
Las nalgas de mi mujer sonríen cuando las miras.
Las nalgas de mi mujer son dos continentes hinchados, separados por una
hendidura delicada y oscura. En las nalgas de mi mujer amanece y anochece, el
sol se refleja en ellas como en las láminas de manzanas empleadas por los
aprendices de pintor para estudiar las sombras. Las nalgas de mi mujer saben a
limón. Las nalgas de mi mujer están pobladas de poros que transpiran humildad.
Sin embargo, las nalgas de mi mujer son poderosas y firmes, carnosas, y
tiemblan cuando las agitas, cuando las recorres con las palmas abiertas de las
manos, intentando, inútilmente, abarcarlas. Las nalgas de mi mujer bajo
cualquier vestido son una delicia. Y ella no lo sabe, ignora la influencia de
su trasero en la población masculina. Yo no reprocho nada a los hombres que la
miran con descaro. Es más, me siento orgulloso. Y suelo tener una suave
erección si imagino a mi mujer de rodillas, con la frente en el suelo, o de
pie, elevando su vestido de lino, enseñando su trasero a cualquier individuo